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septiembre 23, 20170

“Gracias al sensei de montaña y su grandioso equipo, es decir, a Tocayo y los guías de Sin Rumbo, peculiares montañistas que más allá de su alta experiencia y diversas destrezas, buscan inculcar respeto y amor por las montañas; de esos montañistas sí me quiero dejar acompañar, con montañistas así, es un verdadero gusto caminar.”

Esta vez no estaba muy convencida de emprender mi viaje a tierras andinas, diferentes motivos luchaban internamente hasta que tomé la decisión y me dije “Bueno, siempre hay mágicas experiencias y lecciones de vida para aquel que ha aprendido a escuchar la naturaleza…”.

Llegando en la madrugada a Lima, mi compañero de vuelo no tomó en cuenta mi opinión de quedarnos en el aeropuerto a esperar que amaneciera y nos tocó pasar hasta la salida del sol en la tienda de una gasolinera.

“Todo está bien Martha, no pierdas tu estado zen, otro día dormirás, concéntrate en esa conexión que has venido a buscar.” (Yo a mi yo interior)

Nos juntamos con los demás compañeros y nos dirigimos a Huaraz, ciudad en la que nos mantendríamos para dirigirnos posteriormente a los diferentes puntos del gran parque natural. La travesía se centró en el Parque Huascarán, Ancash, Perú, el cual es un complejo de montañas de unos 3.400 km², por lo que hay mucho por recorrer. Mis compañeros montañistas llevaban un objetivo muy claro, hacer cumbre en 3 o 4 montañas del complejo natural, si las montañas y las condiciones climáticas lo permitían; yo era la que no entonaba con el grupo, pero aun así, aceptaron mi compañía.

huaraz peru

Mi primera vez en el área, a cierta altura el aire comenzaba a sentirse restringido en mis pulmones pero continuaba disfrutando el trayecto. La fase inicial lo constituyeron Urus e Ishinca; para llegar al campamento nos tomó un aproximado de 5 horas en llegar, pero el tiempo y la distancia recorrida es lo de menos cuando te paseas por fantásticos senderos que te deslumbran con su peculiar vestimenta, prevaleciendo la del árbol de Queñal (Quenual), que combinan deleitosamente con las aguas celestiales que de vez en cuando te encuentras en el camino.

Adentrase al parque en esos senderos que parecen casi interminables, permiten jugar con la imaginación. Llegando al campamento, logras dimensionar de mejor manera los imponentes picos bañados en azúcar glass, algunos les llaman nieve. El frío es intenso, para quienes estamos acostumbrados a un ambiente más tropical, pude resultar un poco más complicado acoplarse, pero con un buen equipo se consigue rápido, compensado además con el hecho de dormir escuchando el correr del agua, sintiendo que te arrulla cantándote al oído.

Los ascensos no fueron nada sencillos, el Urus con una inclinación bastante considerable desde el comienzo y el Ishinca con una ruta bastante extensa; es que un verdadero montañero no subestima ni la montaña más pequeña, como tampoco la discrimina en atención a los componentes propios de cada una. La experiencia del guía que dirige la expedición, además de la preparación personal, son algunos de los elementos básicos, de ahí que para este tipo de aventura soy extremadamente selectiva y definitivamente no me he equivocado.

Llegó el momento de regresar a Huaraz, la próxima travesía comprenderían los ascensos al nevado Pisco y al Vallanaraju, este último, si el tiempo lo permitía. Tomé la decisión de separarme del grupo, algunas lesiones en mi cuerpo empezaban a carcomer mi tranquilidad y ya no me parecía divertido ponerme en riesgo, como tampoco al equipo, solamente por darle gusto a la vanidad y al ego.

Algunos me animaban a continuar, seguramente por desconocer las verdaderas razones que motivaban mi retirada, pero mi decisión ya estaba firme desde el principio, no estoy dispuesta a renunciar a las montañas, como tampoco a que una actitud negligente me haga hacerlo. Una montaña lo es desde su base, desde el pie de la misma de ahí que te brinda diversas maneras de recorrerla, según lo que estés buscando.

El recorrido para salir del Parque hacia donde nos estaría esperando el transporte para llevarnos de nuevo a Huaraz, a pesar de ser el mismo que cuando llegamos, lo vi y sentí de manera distinta, escuché hasta la leve zambullida de algún roedor que se escondía asustado por el ruido de mis pasos. Mis pensamientos parecían un torbellino, quería sentarme a dibujar letras en un papel y crear frases para mi baúl, pero no había tiempo, teníamos que regresar, así que no tuve más que continuar la conversación con personajes de mi cuento.

“- X: Es que los que hacen trekking no hacen montaña; los montañistas no hacen trekking.

– Yo: Solo inhalé enérgicamente e hice caso omiso del comentario, nada ni nadie boicotearía mi cita con las montañas.

Mi mente un tanto confundida: ¿A qué reduce la montaña?

¿Qué se supone que es hacer montaña y dónde se hace trekking?

Entonces, qué bueno que no soy montañista, así puedo recorrer la montaña de arriba abajo, de un lado a otro por dentro y por afuera, sin mayor preocupación que sentirla.”

Me permití vivir la montaña de la manera en que a mí me gusta hacerlo, la palpé, la viví, busqué adentrarme por completo, aunque a veces eso me dejara sin aliento.

Continúe visitando el Parque, esta vez caminando por la ruta que lleva a la laguna 69, cuyo nombre lo lleva en atención al número de lagunas que se encuentran en el parque. Según el guía, esta laguna no era conocida por los pobladores, por lo que nadie tenía una forma particular de llamarla, de ahí que quedó bautizada con peculiar número. La majestuosidad del camino te llena de una paz tal, que hasta resulta inquietante. La ventaja en que los caminos estén bien marcados, es que puedes adentrarte en solitario, esto sin dejar de tomar las debidas precauciones y seguir las recomendaciones.

Mi máximo conexión la conseguí adentrándome a caminar durante 4 días entre valles y montañas, (Trekking de Santa Cruz), momentos casi indescriptibles como la ruta misma, entre lagunas, corrientes de agua que pasan bañando el minúsculo y escaso pasto, de pronto, hasta un desierto haciendo contraste con el resto del trayecto. El parque Huascarán, en su inmensidad está repleto de diferentes rutas que te transportan a lugares de cuento, en los que tus ojos empiezan a girar como ruletas queriendo llenarse de los colores del lugar. Esta experiencia me permitió convivir con algunas personas oriundas de la zona, quienes el último día, a manera de despedida, preparon Pisco Andino, una mezcla de cañaraz (licor de caña), hojas de coca, o en su defecto algún té, azúcar y el jugo de alguna fruta cítrica, no pude ni siquiera con un sorbo, es muy fuerte, pero ellos se divierten de lo lindo y hasta hablan de manera más folclórica el Quechua.

La cordillera Blanca, la mínima parte que recorrí, es como un hechizo, la serenidad del espacio, el deleitante silencio que acompaña, permiten no solo descubrir paisajes, sino también redescubrirte. Advirtiendo además, al visitar la ruta del Cambio Climático (Patoruri) el daño que estamos causando al medio ambiente.

Cada quien tiene su forma de vivir la montaña, yo solo busco adentrarme en sus cimientos esperando impregnarme ingenuamente, de su fuerte energía bondadosa. Senderos que llenan de éxtasis cada uno de mis sentidos, de aquellos que logran alborotar mi corazón dormido; se pueden lograr particulares reflexiones cuando permites que la montaña te acompañe en el recorrido y no ser solo tú en un camino sin sentido.

Huaraz, Ancash, punto de partida para cada aventura vivida en esta ocasión, combina una gran cantidad de turistas y lugareños; era momento de convivir con los pobladores, fui a buscar una venta de ceviche de choclo (una especie de maíz), me senté en un banquito a plena calle y conversando con la vendedora, una linda señora a la que se le dificultaba el castellano, disfruté de dicho platillo que me supo a maní, acompañado con tomate picado, cebolla y perejil, se le puede agregar ají y maíz tostado (cancha). De paso le compré una porción de causa (es como un pastel elaborado a base de papá, en el medio estaba relleno de pollo en tiras y vegetales), pero el choclo satisfizo mi hambre, así que decidí compartirla con una linda señora que sentada en la acera, desgranaba unos elotes; recibir su sonrisa en agradecimiento fue una gran recompensa.

Caminé por los alrededores, y como amante del flan caí en la tentación, degustando además de una deliciosa leche asada, un postre con apariencia y sabor entre creme brulee y flan, lo peculiar aquí, es que al estar bastante concurrido el lugar, compartí la mesa con dos señora, quienes me comentaron que deambulaban de lugar en lugar y se quedaban cierto tiempo, dependiendo como les iba con la venta, entre sus historias de vida, terminé mi flan y me retiré, estando en fila para pagar, pude observar que se esforzaron por juntar las monedas que completarían el total de lo que ordenaron, sin duda, por más exhausta que haya sido mi travesía, la de ellas había sido más dura; pedí a la cajera que el total de ellas, total lo sumé al mío.

Cada viaje, cada aventura, no solamente es vista como un deleite banal, se puede ser más ambicioso y al vivir experiencias gratas y no tan gratas contribuir a la construcción personal; las montañas, la naturaleza, son maestras por excelencia, basta con saber escuchar. Seguramente mis relatos no cuentan con ningún aporte técnico que llene las expectativas de un montañista, pero cada línea está plagada de pasión por las montañas y amor por la vida, de alguien que no conquista ni colecciona cumbres, simplemente se deleita acobijada por el alma de las diversas prominencias de la tierra.

¡¡Tantas lecciones Huaraz!!

Amor por la vida, pasión por las montañas.
Alma libre y espíritu aventurero.

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Lourdes Diaz

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